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Con las palabras no se juega, o no se debería. Y sin embargo, no hay que remontarse al recurrente goebbelsiano para comprobar hasta qué punto resulta efectivo manipular el diccionario para consagrar como irrefutable lo que no pasa de ser una ocurrencia. Una de esas palabras es sentimiento. Hablemos de ello.
No hace tanto, un futbolista retirado del Real Betis que atendía al apodo ‘Capi’ trató de zanjar un debate televisivo (prescindible, y no solo por este motivo) con el categórico «soy bético porque lo he mamado, no por ganar títulos». A los no tan jóvenes no les resultará novedoso este recurso a lo intangible para reafirmar una identidad. Un ejemplo lo encontramos en aquel spot de un Atlético de Madrid en horas bajas donde un crío preguntaba a su padre por qué eran del Atleti («por qué me has hecho del Atleti» habría sido lo justo en una secuencia con más tintes freudianos). Tampoco le fuimos a la zaga en el Sevilla, que todo hay que decirlo, con la campaña de la entrañable ecografía que adelantaba la condición sevillista del nasciturus. Y es que a la hora de invocar emociones no se salva casi nadie. Que le pregunten a los del ‘mes que un club’.
La experiencia dicta que el manido sentimiento viene precedido de la indigencia, la derrota y el fracaso. Es esta una bandera que se enarbola de forma instintiva cuando nos damos de bruces con una realidad desagradable, que viene a decirnos que no somos lo que un día nos contaron o que, en el mejor de los casos, estamos lejos de ser lo que quizás fuimos. Del sentimiento habla (y ya cansa) el que pierde más que gana, y éste deja de hacerlo un segundo después de que la pelota entre. Todos los adalides del sentimiento en vena cambiaron el discurso conforme normalizaron su relación con la victoria. No falla.
Además, con la apelación al sentimiento esta pasando en el fútbol como con tantas batallitas que se libran en la esfera política, donde el más espabilado se hace rápidamente con el patrimonio de la defensa del medio ambiente, los derechos de los trabajadores y la igualdad efectiva entre ellos y ellas. La primicia sirve, de paso, para situar enfrente al resto de la tropa. En lo que nos ocupa, más de mismo: se ha naturalizado esto del sentimiento, con su aura de falsa grandeza agredida, como signo identitario de aficiones poco acostumbradas al éxito. Como si sentir los colores fuera monopolio del que lucha por evitar el descenso de categoría.
Así que, ‘Capi’, sin la menor acritud: sepa que a «los de los títulos» no nos parieron el 10 de mayo de 2006 en la grada del Philips Stadium. Y créame si le digo que el que más y el que menos se curtió en entornos no precisamente agradables antes de que Puerta se la pusiera imposible a Rost. A diferencia de usted, quizás la memoria de un pasado exitoso evitó que cayéramos en la tentación siempre dulce de convertir la derrota, el fracaso y la indigencia en una forma de vida. En eso sí nos distinguimos.
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