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El hashtag que encabeza este artículo nos resulta bastante familiar a los sevillistas, pues hace un tiempo que viene usándolo el club en sus comunicaciones oficiales. Reconozco que me parece un completo acierto porque tiene gancho, es contemporáneo y global, pero, sobre todas las cosas, por su autenticidad. Se trata de un discurso legítimo y muy definidor.
Pocas veces un lema comercial dice tanto con tan poco. El Sevilla Fútbol Club y sus aficionados, si no nos priva de ello la maldita especulación del capital, somos Sevilla. No es un mensaje excluyente ni supremacista, o al menos, yo así lo entiendo. Hay sevillistas repartidos por el mundo, con otras vecindades, que forman parte de la familia alba y roja con un vínculo tan poderoso como cualquier sevillano, natural o adoptivo. Y tampoco interpreto que ese Somos Sevilla descarte o discrimine a cualesquiera otras Sevilla que se quieran reivindicar. Sí que se destaca una verdad incontestable, el Sevilla Fútbol Club, S.A.D. es probablemente la institución privada sevillana que más y mejor representa a su ciudad y, sin ninguna duda, la que con más orgullo lo hace. Me explico.
Sevilla forma parte del nombre de la entidad desde sus más remotos tiempos. Lo eligieron nuestros padres, algunos sevillanos, otros, los más, guiris residentes en Sevilla por razones de diversa índole, pero todos prendados de nuestra ciudad y sin querer dejarla de lado. Ponerle el nombre de Sevilla al club era una ofrenda, un gesto de amor incondicional y perdurable a la vieja metrópoli. Llegamos antes que nadie a esto del fútbol y nos apropiamos para siempre de su nombre, sin dar pie a la competencia que luego vendría, anticipando que éramos primeros y seríamos principales. Lo secundario y accesorio quedaría para otros. Vaivenes de la historia hicieron zozobrar esta denominación social en diversas ocasiones, pero Sevilla permaneció inalterable como punta de lanza de nuestra identidad.
Sevilla, en forma de S roja serpenteante que recuerda el curso del Guadalquivir, forma parte también de los símbolos más antiguos de nuestro club. El primer escudo y la primera bandera que se conocen llevan impresa dicha letra. Los primeros carteles, los primeros banderines, brazaletes, pañuelos, correspondencia, etc., de los que han llegado vestigios hasta nuestros días portan la S de Sevilla en espacio preferente Así fue siempre y así sigue siendo ahora. Nuestro escudo principal, fiel al diseñado en 1921 por Pablo Rodríguez Blanco, asume el de la ciudad, sus colores y su historia, con sus santos Fernando, Isidoro y Leandro. Incluso el primer filial, Sevilla Atlético Club, continúa esta tradición que suma al nombre y los colores de la ciudad, un escudo en el que la S es protagonista junto con una reproducción gráfica de la Giralda.
El peculiar estilo de juego preciosista y de pase corto que Kinké, Spencer o Brand, entre otros ases, exhibieron durante los felices 20 dio el apelativo de sevillista y, por extensión, sevillano, al modo en que los nuestros practicaban este deporte, en fórmula afortunada que ha llegado hasta nuestros días. Eran tiempos en los que ambos adjetivos de pertenencia eran sinónimos en la España del balón. Aunque algunos se apuntaron después a rebufo de este timbre para aprovechar migajas primero y pretender compartir bocado más tarde, la escuela sevillana de fútbol era y es la escuela sevillista. Así nació, así se consolidó y así se hizo un nombre poniendo a la ciudad en el candelero del fútbol nacional e internacional, donde se reclamaba la presencia del famoso once blanco, ya fuese en Madrid, Barcelona, Lisboa o Marruecos, entre otras plazas de relumbrón.
Este estilo de juego propio, que hunde sus raíces en la escuela escocesa, llevó al Sevilla F.C. a una épica victoria frente al Athletic Club de Bilbao en las semifinales de la Copa de España de 1921, aunque no disputaría la final por una cacicada federativa. Y el mismo cariz autóctono condujo a la conquista de todos los títulos nacionales habidos durante el periodo clásico de nuestra historia, así como las primeras presencias del club en competiciones continentales como la Copa de Europa y la Recopa, todo ello con neto protagonismo siempre del jugador sevillano (Eizaguirre, López, Pepillo, Raimundo, Antúnez, Araujo o Guillamón, entre otros muchos), salpicado únicamente con algún que otro aderezo forastero (Campanal, Busto, Alconero, Arza) que no desnaturalizaría, como sucedió con otros equipos, la personalidad de su fútbol. Incluso nuestra cantera ha formado a campeones sevillanos del mundo y de Europa con la selección española como es el caso de Navas, Marchena o Ramos.
Sevilla, como foco de envidias -por su belleza, su historia, su pueblo, su fama-, ha penalizado al Sevilla Fútbol Club, como símbolo evidente de aquélla, en el ring de las rivalidades deportivas. Como es obvio, el club sevillista, debido a su propio gigantismo, también ha sumado, inevitablemente, rencores para la ciudad, quizás porque en esta tierra meridional nuestra repugna el éxito de un convecino tanto como se idolatra a cualquier forastero. Huelva, Cádiz, Málaga, Granada o Córdoba, por citar varias provincias hermanas en las que nuestro club ha vivido situaciones más allá de lo tolerable, han descargado sobre el Sevilla Fútbol Club las iras de un acomplejamiento cainita que tiene mucho que ver con su animadversión a la capital y a todo lo sevillano. Y en otras tantas capitales españolas se ha ultrajado el nombre de Sevilla a causa del poderío amenazante de su club insignia, cuando no esgrimiendo cualquier cliché barriobajero. Gritos como, por ejemplo, “puta Sevilla, puta Macarena”, que muchos hemos soportado en ciertos estadios, al margen de brindarle alas de sevillanía a nuestro yonkigitanismo más auténtico, sirven para poner de relieve de forma incontestable cómo desde fuera de nuestra ciudad sus enemigos tienen muy claro quiénes son los que la representan de una forma más cabal.
Pero si lo anterior ya es patético, no menos lo resulta que algo parecido suceda entre muchos sevillanos, gente nacida en nuestros mismos barrios y calles, familiares, amigos, colegas que, por infantiles razones de antagonismo deportivo, se dejan llevar por sus bajas pasiones, llegando al punto de despreciar a su ciudad, su nombre y todo lo que lleva implícito. No me refiero, sin que ello signifique que lo apruebe, a cánticos de la grada en cualquier derbi, claramente dirigidos al club rival y no a la ciudad, que es de lo que va esto. Me refiero al uso de fórmulas alternativas para no citar Sevilla o a lamentar que dicha palabra se añada al nombre de su club para poderlo colocar en un mapa donde muy pocos conocen a los recientemente bautizados como amigos del Sevilla verde. Mientras nosotros lucimos satisfechos nuestro ADN hispalense allá por donde vamos, estos otros, que no son minoría, se avergüenzan del nombre de Sevilla y lo esquivan. Tal vez no deba extrañarnos este desaire si tenemos en consideración un significativo detalle: ninguno de sus símbolos (nombre, escudo, bandera) contiene la más mínima alusión a la ciudad que les da cobijo.
La descomunal trayectoria deportiva del Sevilla Fútbol Club en el siglo XXI y su llamativa capacidad para reinventarse en base a unos métodos de organización y gestión pioneros que hoy todo el mundo imita, han terminado por hacer de la entidad una institución reconocida dentro de su ámbito de actuación a nivel global, e incluso más allá. Todos los sevillistas que hemos viajado con el equipo o por nuestra cuenta, pero presumiendo de sevillismo, hemos podido comprobar de primera mano la admiración sostenida que despierta nuestro club en cualquier país extranjero. Pocos aficionados al fútbol, por muy abrazateles que sean, desconocen que el Sevilla F.C. es el rey de la UEFA Europa League y uno de los mejores y más laureados clubs europeos y del mundo. Las menciones y vistas que la palabra Sevilla llega a alcanzar en los medios de comunicación con ocasión de las retransmisiones deportivas de nuestro equipo y sus multitudinarias audiencias hacen del Sevilla Fútbol Club uno de los principales embajadores de la ciudad de Sevilla. Compromisos sociales, proyectos solidarios, iniciativas para la integración y un largo etcétera de actividades no estrictamente deportivas de muy diversa repercusión alimentan la marca Sevilla por obra y gracia del Sevilla Fútbol Club. Y todo ello a pesar de que las autoridades municipales y autonómicas miren casi siempre para el otro lado, prefiriendo subsidiar el fracaso en lugar de corresponder el esfuerzo. No está de más recordar estos méritos, algo de lo que cualquier sevillano, sin excepción, debería sentirse orgulloso, porque pocas cosas hay más sevillanas que el Sevilla Fútbol Club y porque así la ciudad de Sevilla se hace aún más universal.
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