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Reyes - Columnas Blancas

EDU SANIÑA 01/06/2020

Año I de República Sevillista

Sevillano, cosecha del 96. Socio del Gol Norte del Ramón Sánchez-Pizjuán. Peñista. Graduado en Turismo pero con pasión por el Periodismo. Colaborador en Nervioneo y locutor en Footters. Enamorado del fútbol base y de nuestra Cantera. No me cabe ninguna duda, ‘mi tío tenía razón’.
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Ha pasado un año y parece que fue ayer. Era un sábado de esos soñados para los futboleros empedernidos como el que os escribe: Final de la Champions en Madrid, penúltima jornada de Segunda División, playoffs de ascenso a Segunda y Segunda ‘B’. Era día de ordenador y preparación de la jornada que venía. El Utrera -qué casualidad- se jugaba el pase a la semifinal del ascenso ante el Antequera y tocaba ver la previa y analizar todo lo que había pasado la semana anterior. Entrando la primera hora de la tarde sonaba el teléfono: ‘Edu, te voy a decir algo que no te va a gustar’ así empezaba la llamada que nunca hubiese querido tener. ‘Joder, no me asustes y habla que me pillas liado’, respondí. ‘Reyes ha muerto en un accidente de coche’. Y colgué.

Fueron dos minutos, máximo tres, mirando la pantalla sin reaccionar, con esa sensación de congoja, rabia y esa pequeña ilusión de que todo fuese mentira. Volví a llamar para que me explicase, pero bastaron dos minutos para asimilar la noticia. Los mensajes en WhatsApp y la noticia corriendo por las redes sociales eran puñales que se clavaban.

Lo de esa tarde ya es una historia negra más para nuestra ciudad y nuestro Sevilla FC. Siempre he dicho que tengo la suerte de pertenecer a la ‘Generación Reyes’. Prácticamente mis primeros recuerdos futbolísticos eran sus comienzos. El primer ídolo. Una generación que vivió su carrera como algo propio desde su paso por el Arsenal hasta sus últimos coletazos en el Extremadura.

La rabia, la impotencia y la incredulidad se juntaron aquel fin de semana. Esa última despedida fue jodida. En lo profesional tuve la suerte de coincidir con él varias veces y era espectacular la cercanía que trasmitía. Siempre una sonrisa, siempre unas palabras. Creo que no he escuchado a nadie hablar mal de Reyes, y ese es un título del que no muchas personas -y más ahora en este podrido mundo del fútbol- pueden presumir. Su fútbol lo resumo en una frase que escuché en un grupo de WhatsApp aquel trágico fin de semana: “Si Reyes hubiese decidido algún domingo sentarse en una silla en el centro del campo del campo, también hubiese salido ovacionado por su gente”. Y era así, ni más ni menos. Reyes fue una de las primeras piedras del resurgir del Sevilla y cerró el círculo levantando la quinta UEFA Europa League en Basilea. Entre medio, varios derbis, un gol ‘maradoniano’ al Valladolid, aquel bocado prohibido de Paco Gallardo, el incidente con la pica, la celebración subido en el autobús tras el ‘Euroderbi’ o la mejor asistencia que yo he visto en una final europea, la de aquel gol de Bacca en Varsovia.

Si hablamos del canterano, me quedo con las palabras de Pablo Blanco, sin duda: ‘Reyes ha sido el mayor talento salido de la Carretera de Utrera”. Y si lo dice alguien que lleva más de 30 años viendo a cientos de miles de canteranos, pues ¿quién soy yo para llevarle la contraria?. Era el ejemplo de jugador de club elevado a infinito. La estrella que sale en el peor momento económico de la entidad, que ayuda con su venta a sanear la entidad y que acaba volviendo para tocar plata con el equipo de toda su vida. Si eso no es lo que sueñan todos lo que día tras día van a entrenar a nuestra Ciudad Deportiva, poco les falta.

Pero hoy hace un año que aquella estrella pasó, antes de tiempo, a convertirse en leyenda. 366 días de uno de los más duros para el club en su historia. Un año desde que Sevilla perdió a su Rey.

Éver Banega, el genio que apadrinó Reyes

José Manuel García, ex de: Agencia EFE, El Correo de Andalucía (8 años), MARCA (16 años) AS (3 años), Canal Sur TV (6 años), colaborador de elconfidencial.com (12 años). Escritor (autor de El arma de los invisibles, Messi sueños de un principito y El frío anochecer de los espejos), mirón, pescador de sombras y buscavidas.
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En este mundo de infinitas esquinas, la sensibilidad es un bien que se prodiga poco y el arte un privilegio que escasea. Se dice que los tipos sensibles y con arte se delatan por su peculiar personalidad. No son gente común. Es más, incluso con demasiada frecuencia atraen enemigos como la miel a los osos o a las moscas. Yo he tenido la suerte de conocer a tipos así. Éver Banega es uno de ellos. El otro ya no está: José Antonio Reyes.

Éver Banega aterrizó en España con apenas veinte años. El Valencia pagó a Boca Juniors la friolera de 18 millones de euros por un veinteañero que en esos momentos solo escuchaba campanas de elogio a su paso. Lo reunía todo: talento, descaro, ambición y juventud. Los voceros del club de Mestalla pregonaron tal adquisición a los cuatro vientos; algunos llegaron a calificar al chaval rosarino como una mezcla de Riquelme (Juan Román) y Messi. Muy pocos pararon la pelota y la bajaron al pie; se trataba de un pibe de veinte años, deslumbrado por la plata que, como agua de grifo, entraba y salía en la Liga de las Estrellas, y que hacía lo que más le gustaba que era jugar al fútbol.

A los pocos días de vivir en Valencia, Banega se compró un Ferrari, relojes de cincuenta mil euros, trajes de Boss y Armani, realizó viajes de ensueños, luego las chicas, los amigos… Para un chico de barrio humilde en Rosario, tímido como un sol que sale en Dinamarca, hacer la digestión a tanto lujo se hizo complicado. El monstruo casi merendó al pobre Éver, que llegó a olvidar que su corazón y sus piernas chorreaban talento. Una grave lesión, un estúpido accidente con otra grave lesión añadida, años de tirar de la cadena y no encontrar nada, ni tan siquiera encontrarse a sí mismo.

Desmembrado y roto como un juguete abandonado en un trastero, el Sevilla Fútbol Club, entidad milagrera y especialista en recuperar futbolistas perdidos, tiró del argentino. Unai Emery, que es entrenador las veinticuatro horas del día, se acordó de Éver. Y le dijo a Monchi, otro loco irreversible: “Ramón, me hace falta un Banega”. Y Banega, apaleado en Valencia, aterrizó en el Sevilla un bendito día de hace unos años.

En Nervión, Ciudad Deportiva arriba, Éver tropezó con Reyes. Se miraron. Sonrieron. Lo primero que hizo José Antonio fue enviarle la pelota y Éver Banega le dedicó su primera sonrisa. Ambos pelotearon sin abrir la boca, porque el lenguaje de los genios del fútbol apenas consta de palabras, solo de gestos, pinceladas, guiños, suavidad de seda, caricias, gol y fútbol. Talento de calidad suprema. Pases imposibles y títulos. ¡Cómo le gusta a Éver ese grito de gol norte con su nombre y apellido!

Aquí Banega fue el Banega que soñó de pibito en Rosario. En Nervión ganó títulos y su fútbol se elevó al cuadrado. Aquí, en esta Bombonera que huele y pregona magia, Éver fue feliz. Se fue un día al Inter (que le pagaba cuatro veces más), pero ya en Navidad pidió billete de vuelta al año siguiente, porque quería seguir riendo y oliendo a fútbol y azahar. Pero, sobre todo, a Nervión, Sevilla…

Con 31 años ya, este futbolista todavía tiene en los bolsillos de su corazón mucho fútbol y yo no lo pongo en duda. (Pregunten a Jesús Navas…). El Sevilla cuenta con un jugador superlativo, un Von Karajan, un Arthur Rubinstein, tal vez un Velázquez. Todo de blanco y medias negras. Se llama Éver Banega, aquel que el primer día apadrinó Reyes, el otro genio.

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