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El lunes 23 de septiembre nadie me dijo nada. Nadie tuvo la osadía de mentarme qué pasó en el partido que colocaba el broche a la jornada y, de paso, a la semana. Solo por el whatsapp me comunicaban que sevillistas sevillanos estaban sufriendo el alborozo de compañeros madridistas. A mí eso no me pasa. Y no me sucede desde hace mucho tiempo. Es más, cuando sucede a la inversa tampoco sucede. No es porque sea una persona dócil, comprensiva de sentimientos (futbolísticos) ajenos. No, no lo soy, sino todo lo contrario.
Todos saben que tengo un entorno. Un mundo creado donde, con los míos, vivo una realidad paralela a la mediática deportiva. Yo he visto un partido y si ya, con esos míos, las discusiones son eternas y los desacuerdos continuos, con el enemigo se convierten en batallas campales. Lo máximo es un “Quique, ¿qué tal?” con tono recordatorio pero sin llegar a la ofensa. No es la bandera de la paz, es una bandera de tregua. Conmigo no se puede discutir, porque saben que llevo siempre la razón.
Mi razón. Y ellos tendrán la suya. Todos coincidimos en la oficina que ninguno quiso ganar. Que tanto Julen Lopetegui como Zinedine Zidane jugaron al ajedrez, a emplearse defensivamente y a dejar que Fernando y Casemiro se batieran en duelo en la zona ancha del centro del campo. El Real Madrid realizó un buen partido, un encuentro serio, pero tuvo solo tres ocasiones: el gol y los dos paradones de Vaclik. El Sevilla ninguna clara de peligro de gol. Hasta ahí, de acuerdo. Prosigo.
Solo el Éibar ha creado menos oportunidades de verdadero peligro en esta liga que nosotros, que estamos a la par con Granada y Español (lo dicen las estadísticas). El Sevilla no remató a puerta; pero no me sorprendió. Si bien el estilo de Julen Lopetegui nos ha dotado de rigidez, firmeza, control del balón, presión y recuperación. Todo ello, que es muy bueno, queda en la nada si nos olvidamos de la verticalidad. Porque el Sevilla, en su campo y con su público, toda la vida, ha sido vertical, en especial en los primeros minutos. Es el que expone. Es el grande del que depende todo y donde los rivales dependen de su quehacer. Y el domingo 22 de septiembre el Sevilla no fue vertical, dejó a sus hombres habilidosos y desequilibrantes en la grada, y sus laterales, su baza sorpresa de ataque, no produjeron el efecto deseado.
Así de timorato nos mostramos. Quizás muy válido, como se ha visto, a domicilio donde un conjunto local está obligado, por alguna ley no escrita, a exponer. Pero insuficiente cuando nos toca ser el anfitrión. Porque el Sevilla se ha ordenado, pero aún no se ha expuesto. No ha demostrado ser nada desde el punto de vista ofensivo esta temporada, aunque algunos de nuestros futbolistas hayan encontrado pegada.
Es mi realidad. Y esa no la puedo explicar a aficionados al fútbol lejos del sevillismo. Y menos a madridistas que, después de un relato objetivo, empiezan a desvariar con chascarrillos y sandeces. Ya nos cortamos las alas hace mucho tiempo mutuamente. Ya se sacó mierda a rabiar dando paso incluso a lo personal. Compañeros, amigos, familiares y ahora en ese terreno están entrando a conocerlo “los padres del cole”. Para hablar conmigo de fútbol, tienes que hablar del Sevilla con propiedad, y no por lo que sale o digan por la tele. Y si me quieres dar caña, prepárate para la que te puede caer cuando sea a la inversa. Si no, como en el Sevilla-Real Madrid, todo quedará en una guerra fría, un par de miradas, una indirecta muy indirecta, y aquí tregua y después gloria. Es así, ya no somos niños. Un sevillista madrileño no tiene guasa en “su derbi”.
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