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Hay días que siempre estarán en el recuerdo por un sinfín de motivos. Acostumbrados a que los títulos europeos llegasen a nuestra ciudad por el mes de mayo, el Sevilla FC quiso regalar un título a los suyos entre olas de calor y de COVID. En el año más difícil, el club tiró de ese bendito lema que Javier Labandón supo plasmar en esa oda que tenemos por himno, y le regaló una noche mágica a una afición que aún estando lejos sintió a los suyos muy cerca.
Eindhoven, Glasgow, Turín, Varsovia, Basilea y… COLONIA. La final estaba prevista en Gdansk, pero la maldita pandemia cambió los planes de la UEFA y acabó llevando su fase final a tierras alemanas. El Sevilla, como si de un torneo de selección se tratase, hizo del hotel su fortín y entre PCRs y entrenamientos mostró al mundo que este club es una familia enorme y que los éxitos vienen en parte por esa unión.
El club, que tanto cuida los pequeños detalles, quiso premiar a dos aficionados para estar en Colonia. Ellos, junto a otros trabajadores del club, fueron nuestros representantes en la grada. Aunque el bombo y el megáfono que tanto echamos de menos estaban en el banquillo. Los Oliver, Sergi, Vaçlik, Escudero y un nutrido grupo de canteranos decidieron que había que ganar por lo civil o por lo criminal. Raro era el partido en el que no nos dejaban una imagen para el recuerdo desde un banquillo que estaba mucho más cerca de parecerse al corazón de Gol Norte que a un grupo de profesionales. Y cómo nos gusta eso en casa.
El partido no fue apto para cardíacos. Diego Carlos pasó de villano a héroe en cuestión de minutos, Luuk espantó los fantasmas y decidió apuntarse con letras de oro en el libro de historia del club, Éver dejó un último baile que debería estar expuesto en todos los museos del mundo y todos los sevillistas nos vimos identificados en las lágrimas de Jesús Navas poco antes de recoger una Copa que elevó al cielo para que aquellos que por la pandemia no pudieron verla pudiesen tenerla más cerca. ¿Alguien no se alegró de ver al chaval de Los Palacios levantar la UEFA Europa League?
De las lágrimas se pasó a la euforia con vídeos y momentos que quedarán para siempre en las páginas doradas de nuestra historia. El vestuario volvió a ser el protagonista junto a unos trabajadores que nos pusieron los dientes largos celebrando ‘in situ’ la maravillosa gesta. El Sevilla es una familia y una vez más, esta vez en las buenas, se volvió a demostrar entre cánticos y botellines fresquitos.
Las playas y una Sevilla que en agosto suele estar en ‘stand by’ se llenaron de alegría en el que quizá fue el año más lúgubre de nuestras vidas. Los abrazos, los besos y las miradas al cielo fueron una vez más la tónica habitual. Porque lejos, muy lejos, un grupo de amigos habían vuelto a traer la gloria a orillas del río Guadalquivir. Qué noche la de aquel día.
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