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Con la esperanza blanca de que un día no muy lejano podamos volver a ocupar nuestros asientos en la grada, traigo hoy a este patio de columnas algunas sensaciones nacidas del eco vacío de los gritos que retumban en la soledad de un estadio mudo, del golpeo sordo del balón entre voces agitadas del banquillo, de la ausencia de almas que respiran, cantan, sufren o explotan tras el gol, en fin, de ese concierto sin público y sin aplausos que son los partidos a puerta cerrada.
Sin duda debemos reconocer y agradecer antes el ejemplo que el mundo del fútbol ha ofrecido haciendo posible la continuidad de las competiciones bajo estrictas normas de seguridad sanitaria, priorizando la salud de plantillas y empleados, la regularidad en los entrenamientos, y la rápida respuesta coordinada de clubes e instituciones modificando formatos y calendarios, con generosidad y voluntad de acuerdo lógicamente animadas por la exigencia de los necesarios ingresos y de la propia supervivencia del sistema.
La obligada celebración de los encuentros a puerta cerrada ha puesto de manifiesto, sin embargo, algunas evidencias que no por esperadas han sido menos sorprendentes y, afortunadamente en mi opinión, más concluyentes sobre la realidad de este deporte, sobre su esencia, su razón de ser, y lo que verdaderamente le otorga ese poder único de atracción, sentido de pertenencia, afición, memoria y pasión.
Desde sus orígenes como sport distinguido, hasta su rápido desarrollo popular en las islas británicas y luego en las colonias y comunidades laborales y sociales en Europa y en todo el mundo, la presencia de espectadores curiosos primero y expertos aficionados después, ha sido consustancial con su crecimiento, y absolutamente imprescindible en la universalización del fútbol y en su configuración tal y como lo conocemos hoy.
Un partido sin afición no es fútbol, es otra cosa. Sencillamente, no existiría. Solo la tecnología audiovisual, que es un invento moderno, permite que nos asomemos a una cancha en la que dos equipos, bajo la norma y el convenio de la FIFA, disputan un partido. Pero eso no es fútbol. Entonces, podemos preguntarnos, ¿qué es?
Pues fútbol es levantarte por la mañana con un pellizco en la boca del estómago, cuando recuerdas que ese día juega el Sevilla. Cuando compruebas que el plan de la jornada se ha elaborado según la hora del partido, y que la previa con la peña, con los amigos de las “tardes de fútbol” o con los vecinos de grada, tiene la certeza de una cita en la barra de un bar y una cerveza fría. Cuando la conversación gira alrededor de una alineación soñada, de una lesión que la desbarata, y del delantero del equipo que hoy nos visita, que está en racha y juega de memoria.
Fútbol es salir de casa con la bufanda anudada en la muñeca y con la memoria de los que te llevaron por primera vez anudada en el corazón. Y es ese rumor de los alrededores, y los bares llenos donde se ensayan cánticos. Es llegar pronto para disfrutar del ambiente, saludar a los abonados que llevan ahí más temporadas que años, y es emocionarte cuando saltan al campo once jugadores.
Fútbol es cantar, animar, comentar esa jugada, criticar un planteamiento, aplaudir en el 16, discutir sobre ese jugador que prometía y no acaba de cuajar. Y es, sin duda, transmitir y proyectar ese sentimiento individual y colectivo a los once que hoy tienen sobre el césped la responsabilidad de cumplir un compromiso con un escudo, una bandera, una afición y una historia.
Llevo a gala tener buenos amigos, y entre ellos, uno entrañable que en las grandes ocasiones, allá donde nos haya llevado el sevillismo para disfrutar de una final, toma literalmente el escenario de la “fan zone”, pide amablemente el micrófono de megafonía, y se dirige respetuosamente a los miles de sevillistas que allí nos concentramos. “Señores, buenas tardes. Aquí estamos otra vez, juntos, gracias a nuestro Sevilla Fútbol Club. Ahora tenemos que irnos al estadio, y ahora nos toca a nosotros devolver todo lo que recibimos de nuestro equipo. Señores, vamos a trabajar que el equipo nos necesita. ¡Viva el Sevilla!”
Esto es fútbol. Aún en estas extrañas circunstancias y precisamente más que nunca en esta fase final de la Europa League, sintámonos interpelados por esta arenga de amistad y sevillismo, y hagamos llegar juntos al equipo la fuerza inconmensurable de la afición, el cántico al unísono que levanta corazones y hace olvidar el cansancio, las palmas por sevillanas que juegan al fútbol, y la casta y el coraje que meten goles.
¡Forza Sevilla Campeón!
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