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Manuel López - Columnas Blancas

Anatomía de una metamorfosis

Baja a defender el córner. No es defensa pero se esfuerza en ello. El balón llega a su cabeza, la cual lo despeja como si no hubiese un mañana. La jugada sigue para él. Le cae el esférico. Tan solo tiene que correr con la fuerza que le transmiten miles de aficionados desde casa, los mismos que se levantan del sofá al verlo entrar a zona de remate. Los mismos que se quedan petrificados cuando Manuel Neuer para la iniciativa nervionense.

Youssef En-Nesyri era ese hombre. Y ahí pudo estar su final. Como en esas películas en las que el protagonista llega tarde y el villano vence tras un arduo recorrido para alcanzar el último de los escenarios. En cambio, este largometraje tuvo secuela. Como la de ‘El Padrino’, mucho mejor que la inicial. Al menos para los sevillistas.

‘El Dromedario’ podría haberse quedado anclado a aquella noche, pero en su lugar hizo gala de ese concepto tan manido con el que se llenan la boca coaches y monitores espirituales: resiliencia. El marroquí cogió aquellas fuerzas negativas para transformarlas en motor de evolución, en golpe en la mesa.

De la noche a la mañana, un chico que no destaca por su técnica, empezó a relacionar su ímpetu con la pizarra y la táctica. Podríamos pararnos en sus estadísticas pero eso es tan fácil de encontrar como de teclear en Google. El paso hacia adelante viene más ligado a su relación con la pelota, en cantidad y calidad. Cada vez que recibe, previamente, ya tiene analizado su entorno para tomar decisiones. Ya no se tropieza con la pelota, juega en pocos toques.

Ese comportamiento ha dado oxígeno a un Sevilla que peca a veces de excesivo ritmo bajo y horizontalidad, aligerando transiciones, generando huecos y explotándolos. El efectivo con más goles de cabeza esta campaña en LaLiga domina muchas herramientas y llega mejor que está. Incluso a pesar de que sus características no casan del todo con el estilo planteado por Lopetegui, siendo el repliegue con contra el caldo de cultivo idóneo para el ex del Leganés.

La mariposa está saliendo de su crisálida, pero no descartemos que siga volviendo a ella para crecer en su juventud, para que domine más registros y haga de las delicias de su público a la vuelta de los aficionados a los estadios.

La balanza de Óliver

La convivencia del futbolista con el murmullo es una de las cláusulas ocultas, no escritas, que más dura es de firmar cuando uno estampa su garabato en los documentos vinculantes al llegar a un nuevo club de fútbol.

A veces justas, otras tantas no, las críticas pertenecen al desarrollo del futbolista. Con algunos acabó, con otros los ensalzó. Salvando las distancias en cuanto a nombre y peso histórico, en el Ramón Sánchez-Pizjuán se le ha pitado a Luis Fabiano o más recientemente a Youssef En-Nesyri. La exigencia los (nos) hizo mejores.

El último en subirse a ese barco de efectivos que le dan la vuelta a la balanza ha sido el propio Óliver Torres. El extremeño terminó la pasada campaña diluyéndose en un gran estado de forma de sus compañeros y continuó esa progresión hasta llegar a su punto de inflexión: 2 de enero de 2021. En el Benito Villamarín tocó fondo. No aprovechó su oportunidad de salir con el peto titular. Ese que tanto cuesta ganarse. Ahí se dio el momento en el que su chip pasó a ser más pragmático, a estar más al servicio del equipo que del preciosismo personal.

Llegó bajo la protección del León de San Fernando, pero aquellas cosas que le habíamos visto en las categorías inferiores de la selección nacional parecían lejanas. Sobre todo cuando sus apariciones se contaban en constantes ubicaciones en el carril zurdo, sin poder convertirse en ese escalón intermedio desde el costado que necesitaba su conjunto e insistiendo mucho en pases estériles, horizontales, sin riesgo.

Lleva semanas dejando aquello de lado. El contexto es más propicio para su fútbol. Insistiendo más en la salida desde atrás por parte del técnico de Asteasu. Pero no, él no es fin de ello, es una de las causas del cambio de estilo. Ahora se mueve entre las posiciones de pivote e interior llegador, algo que hacía con el exsevillista José Campaña en la Sub-19. Ordenando al equipo, jugando hacia delante e incluso llegando desde segunda línea con muchísimo dinamismo a diferentes alturas.

El fútbol moderno tiende a hacer sus análisis con balón y, por tanto, en ataque, pero la verdadera evolución del de Navalmoral de la Mata ha estado en su eficiencia en presión, sin pelota. Ahora activa la recuperación tras pérdida prácticamente al unísono con Jordán y Fernando, siendo ello imprescindible para robar más alto y, por tanto, transicionar más rápido en un juego que se ha vuelto conservador y en el que a nivel de posesión hay que picar piedra con paciencia día sí, día también.

En un fútbol donde cada vez hay que controlar más variables y dominar un mayor abanico de juego, Óliver ha conseguido dotar al equipo de lo que necesitaba en relación a sus características, ha logrado revertir las dudas en certezas y, así, que su balanza siempre muestre un peso en positivo.

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