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Cornelio Vela - Columnas Blancas

Hasta la muerte

Sabia que el asunto era grave. Su respiración forzada y un cansancio no habitual le hacía presagiar que el final quizá estuviera más cerca de lo previsto.

Seguro que aquella mañana volvió a recordar a cada uno de sus seres queridos, a su familia y a tantos amigos de los que había disfrutado. Se sentía especialmente orgulloso por haber dedicado su vida a servir a los demás. En el servicio encontraba su propio reconocimiento.

Posiblemente leyera y releyera mensajes de ánimo y de cariño en su móvil, el móvil que se había convertido en un respirador que le suministraba el oxígeno ante la asfixia provocada por la soledad forzada.

Pronto caería en la cuenta de que su Sevilla jugaba y que había pedido a su hijo que le mandara un enlace para poder verlo. No estaba seguro de estar vivo para la hora del partido, pero sabía que si lo estaba, sacaría fuerzas para intentar verlo. Como tantos sevillistas, se sentía orgulloso de su equipo y de tanta gloria y triunfos en los últimos años. Daba gracias por haberlos vivido y por haberlos compartido con los suyos, generaciones unidas por un mismo sentimiento.

Quizás fuera el destino el que decidió que su vida fuera apagándose durante un partido del Sevilla, uno más de los muchos que había visto a lo largo de su vida. Su equipo del alma volvía a dibujar filigranas rojiblancas mientras era sedado y cambiaba su asiento terrenal por un abono eterno en el tercer anillo.

Es muy posible que Pepe, lo último que viera fuera una jugada, un pase de gol o el escudo sobre una camiseta que no le era desconocida. Lo que sí es seguro, es que mientras lo veía, no dejaba de pensar en los suyos y en tantos momentos vividos. Al fin y al cabo su vida era eso y todo eso era su vida, sin poder distinguir y sin necesidad de hacerlo.

Cuando llegue el día no me importaría invitar a la muerte a disfrutar a mi lado de un partido de mi Sevilla, mientras me preparo para partir, con los deberes hechos y el amor de los míos

PD: Gracias a Javi Nemo por habernos hecho partícipe de esta bella historia.

Getty Images

Identidad

Antes que nada, es mi deber pedir disculpas por no haber acudido con la frecuencia debida a este lugar de encuentro de sevillistas. Está claro que mis musas han tenido su particular confinamiento y no he podido contar con ellas en medio de estos tiempos de desconcierto que atravesamos.

Escribo estas líneas esperando el comienzo de un nuevo partido de nuestro Sevilla. Otro más. Es curioso, pero da igual cuál sea la competición, el rival. El día que juega el Sevilla es un día distinto, con su víspera inquieta, condicionando la agenda y el ánimo posterior. Así ha sido siempre y así queremos que siga siendo. Al menos, eso espero.

Leo como el grupo Mediapro quiere abandonar el fútbol Francés porque disminuye el interés por ver los partidos por televisión. Soy consciente de la diferencia entre una liga y otra, pero aquello de cuando “las barbas de tu vecino….” me hace reflexionar sobre qué está pasando en el fútbol actual y los problemas que se nos avecinan a corto y medio plazo.

Por otra parte se oyen rumores sobre la creación de una “Superliga” europea, donde sólo unos pocos elegidos podrán participar, donde los criterios de selección serán fundamentalmente económicos y que dejarán en una cuestión marginal las competiciones domésticas. Quién sabe si dentro de poco no nos encontramos con un modelo tipo NBA o similar, con franquicias y “deslocalizaciones”.

El mundo del deporte, y en concreto del futbol, hace tiempo ya que se mueven por intereses económicos y se anteponen a otros de índole más “amateurs” y románticos. Incluso las competiciones gestionadas por las propias federaciones se ven influenciadas por estas cuestiones (recordemos la última Supercopa de España en la que participó nuestro Sevilla, dónde y cómo se jugó).

Los sevillistas hemos disfrutado de 15 años de éxitos continuados. Los que ya no peinamos canas porque ni eso podemos peinar, jamás imaginamos tanta grandeza y tanto título conseguido. Espero que así sea por mucho tiempo.

Pero me preocupa mucho la deriva que está tomando todo esto. Nuestra entidad está en estos momentos pretendiendo estar entre los más “grandes” (mi Sevilla lo es desde que tengo uso de razón porque así me lo transmitieron), objetivo que cuenta con importantes handicaps económicos y de índole deportivo. Es loable y, forma parte de nuestra propia idiosincrasia, el ser cada vez mejores, el mantener esa ambición que nos ha hecho ser campeones y no rendirnos nuca ante la adversidad.

Pero cuidado con no entrar en un bucle de continuas frustraciones ante los cantos de sirenas. Somos lo que somos, no olvidemos nuestras señas de identidad. Somos un equipo, el mejor de todos, de Sevilla. Nuestra competición es esta, nuestra existencia está construida a base de corazones que han gritado en rojiblanco, que han jugado a ser Rodri o Bonilla en la portería o Zamorano en la delantera, nuestra identidad coincide con la miles y miles que hemos reído y llorado en nuestro estadio (cuántas ganas de volver a sentarme en tu regazo) o en viajes jamás soñados.

Somos el equipo de Berruezo y de Puerta, de esfuerzos y talentos en la carretera de Utrera, somos el equipo de los que se fueron y de los que vendrán a nuestro seno, somos el equipo de los sueños en noches de diásporas y de historias de stukas de nuestros abuelos. Somos lo que somos, aquí y ahora y no lo que pretenda el futbol moderno.

Por eso, si algunos quieren crear su propia competición de los exclusivos, del futbol enlatado con partidos sin público y sin aficiones apasionadas, que lo hagan. Harán la mejor competición europea, harán el mayor de los espectáculos del mundo, no lo dudo. Pero  espero que nosotros sigamos jugando al futbol, con nuestra gente, en nuestra casa. Espero que sigamos siendo nosotros mismos.

David

Es precisamente en los momentos de dudas, de errores y desconfianzas, cuando conviene recordar que la única derrota cierta es tirar la toalla, abandonar la lucha y no afrontar con entereza las contrariedades de cada día. Y no hay mejor receta para ello que abordar cada partido, cada pelea, con la fuerza que te generan los que te apoyan y la certeza de saber en verdad quién eres.

David y yo compartíamos la misma enfermedad. Lo conocí en una de mis visitas al hospital. Unas breves palabras de cortesía con su madre derivaron en el intercambio de experiencias y diagnósticos. Yo iba a recoger documentos para mi futuro trasplante mientras él, con evidentes muestras de llevar un tiempo sufriendo las dolencias de la enfermedad, esperaba los últimos resultados dejando entrever las secuelas de la quimioterapia bajo una gorra roja con el escudo del Sevilla FC.

En aquel otoño de 2002, el Sevilla parecía empezar a resurgir tras un periodo difícil e inestable. De la mano de Caparrós, el equipo mostraba una garra y una casta que volvían  ilusionar a una afición que se resistía a conformarse con “otro año igual”. Jugadores como Pablo Alfaro, Javi Navarro y un niño de Utrera llamado Reyes, alimentaban cada domingo nuestros deseos de alcanzar nuevos éxitos.

Mientras esperábamos en aquella sala, David, que no tendría más de 7 años, jugueteaba con un montón de cromos de futbolistas, usando los asientos como improvisado estadio de fútbol. Su madre lo miraba atentamente mientras le llamaba la atención cuando eufórico gritaba ¡GOOlll! en la narración de aquel fantástico partido de cromos. Recuerdo que en un momento dado me dirigí a él y le pregunté: ¿Cómo va el partido?.” Tres a cero ganando el Sevilla, me dijo en voz baja y de forma algo avergonzada”. ¡Qué bien! le respondí, buscando su complicidad. Yo también soy Sevillista, apuntillé. Me volvió a mirar de una forma más directa, con una mirada cansada pero ilusionada a la vez y esbozando una leve sonrisa, me dijo ”¿A que el Sevilla es el mejor equipo del mundo?». Por supuesto, le dije yo. Y con la tranquilidad de saberse en posesión de la mayor de las verdades, volvió a jugar con aquellos cromos en los que sus ídolos tomaban vida para jugar el partido más importante en la liga fantástica de David. La inocencia es, sin duda, la cuna de la ilusión. Solo habían bastado un par de frases y sabernos sevillistas para sellar nuestra efímera  pero sentida alianza.

No he sabido más de aquel pequeño luchador, pero nunca le he olvidado. En los momentos más difíciles, los recuerdos entrañables se convierten en aliviaderos de la angustia y en caladeros de nuestra esperanza.

Cuando fuimos proclamados Mejor Equipo del mundo en 2006, recordé nuestra breve conversación y me pregunté si habría podido disfrutar de la certificación estadística de lo que él ya sabía desde mucho tiempo antes. Me he preguntado también si habrá podido disfrutar de tantos y tantos sueños hechos realidad, de tanta grandeza y de tanta alegría desbordada.

Pero si desgraciadamente no ha sido así, me queda el consuelo de saber que no hay título que supere al propio sentimiento ni la  ilusión de todo lo bueno que queda por venir.

David y yo compartíamos la misma enfermedad… la misma certeza y la misma ilusión.

Nunca serán tres puntos más

Era el momento más esperado. El patio de aquel colegio se convertía por media hora en el estadio de nuestros sueños, generalmente nunca visto. Para ellos, el suyo, para nosotros, el nuestro. Ellos eran muchos y nosotros también, daba igual el número. A veces la pelota era de goma. Otras, las menos, de reglamento (así […]

foto: Columnas Blancas

En todos los sentidos

Te he visto en derrotas y victorias, en campo propio y en ajenos. Te he visto en directo y en diferido, en color y en sepia. Pero sobre todo, te he visto en los ojos emocionados de los tuyos, que son los míos, en sueños infantiles e ilusiones maduras, en forma de cantera o de […]

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