Sabia que el asunto era grave. Su respiración forzada y un cansancio no habitual le hacía presagiar que el final quizá estuviera más cerca de lo previsto.
Seguro que aquella mañana volvió a recordar a cada uno de sus seres queridos, a su familia y a tantos amigos de los que había disfrutado. Se sentía especialmente orgulloso por haber dedicado su vida a servir a los demás. En el servicio encontraba su propio reconocimiento.
Posiblemente leyera y releyera mensajes de ánimo y de cariño en su móvil, el móvil que se había convertido en un respirador que le suministraba el oxígeno ante la asfixia provocada por la soledad forzada.
Pronto caería en la cuenta de que su Sevilla jugaba y que había pedido a su hijo que le mandara un enlace para poder verlo. No estaba seguro de estar vivo para la hora del partido, pero sabía que si lo estaba, sacaría fuerzas para intentar verlo. Como tantos sevillistas, se sentía orgulloso de su equipo y de tanta gloria y triunfos en los últimos años. Daba gracias por haberlos vivido y por haberlos compartido con los suyos, generaciones unidas por un mismo sentimiento.
Quizás fuera el destino el que decidió que su vida fuera apagándose durante un partido del Sevilla, uno más de los muchos que había visto a lo largo de su vida. Su equipo del alma volvía a dibujar filigranas rojiblancas mientras era sedado y cambiaba su asiento terrenal por un abono eterno en el tercer anillo.
Es muy posible que Pepe, lo último que viera fuera una jugada, un pase de gol o el escudo sobre una camiseta que no le era desconocida. Lo que sí es seguro, es que mientras lo veía, no dejaba de pensar en los suyos y en tantos momentos vividos. Al fin y al cabo su vida era eso y todo eso era su vida, sin poder distinguir y sin necesidad de hacerlo.
Cuando llegue el día no me importaría invitar a la muerte a disfrutar a mi lado de un partido de mi Sevilla, mientras me preparo para partir, con los deberes hechos y el amor de los míos
PD: Gracias a Javi Nemo por habernos hecho partícipe de esta bella historia.
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