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Ángel Cervantes - Columnas Blancas

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Aquella primera tarde

El dulce recuerdo de la primera vez se aferra a la memoria temprana y se proyecta en la madura casi con el mismo vigor con el que surgió de la nada. Parece ser, leemos, que en el primer tramo de la vida el llamado hipocampo funciona a pleno rendimiento. Se trata de una parte del cerebro ubicada en el sistema límbico, y está muy implicada tanto en los procesos mentales relacionados con la memoria como en los vinculados con la producción y regulación de estados emocionales. Esta ocurrencia va por tanto de recuerdos y sensaciones unidas al sevillismo de primera hora, vista desde la atalaya de una edad demasiado adulta.

Aquella primera tarde supuso el condicionamiento posterior en los hábitos de vida de una persona que, 43 años después, todavía siente el inconfundible cosquilleo que anuncia la proximidad de un partido que su equipo va a disputar como local. Aquel rito iniciático, definitivo, se celebró en Nervión la tarde del domingo 8 de febrero de 1976. Un recién ascendido Sevilla FC, entrenado por Roque Olsen, recibía la visita del FC Barcelona del gran Johan Cruyff, flanqueado por ilustres clásicos del calibre de Migueli, Asensi, Marcial, Neeskens, Sotil o Heredia. Nuestra alineación la abría el Súper bajo los palos (camiseta roja, calzón azul, medias blancas con vueltas rojas y gorra). Los compañeros de gesta fueron Hita, Gallego, Pulido, Sanjosé, Blanco, Rubio, Lorant, Plaza, Alonso y Biri Biri (durante el partido entrarían Jaén y Lora). Sucedieron muchas cosas, todas inolvidables. Para atenerse a las consecuencias solo hay que dejar caer la vista en el carnet que se sacó por primera vez tres años más tarde. Así hasta hoy, sin descanso. Ganamos 2-0, marcaron Lorant, de penalti, y Enrique Lora. El técnico alemán del Barcelona, Hennes Weisweller, tuvo la infeliz ocurrencia de sustituir a Cruyff en el minuto 70 por un tal Mir. Fue el detonante de un enfrentamiento abierto que terminó con la dimisión del entrenador en los primeros días de abril.

El mejor jugador del mundo en su época y uno de los más grandes de la historia arrojó con rabia el brazalete de capitán al césped, antes de enfilar la escalera del vestuario. Poderoso como pocos, genial hasta decir basta, pero derrotado sin paliativos por el Sevilla FC, una leyenda acababa de morder el polvo en el Sánchez-Pizjuán. Hay cosas, y la vinculación con el equipo de fútbol de la vida de uno es un magnífico ejemplo, que deben comenzarse a lo grande. Se hizo, se reforzó y, mucho nos tememos, se extinguirá únicamente cuando llegue el último suspiro.

Monchi y Lopetegui

Seriedad, divino tesoro

No corren los mejores tiempos para una cualidad que facilitaba moverse con una base de criterio, elegancia y discreción en el proceloso mundo de las relaciones sociales. Que la seriedad ya no vende una escoba es una evidencia tan triste como palmaria; más preocupante todavía es que sean legión los que se empeñan en guardarla bajo llaves en el baúl de los recuerdos. Lo suyo, hoy, es hablar (de todo) hasta la saciedad, sin saber o sabiendo lo justo (es lo de menos), voz en grito (preferentemente) y adornar cualquier medio discursillo con tres o cuatro ocurrencias en forma de chanza (clamoroso éxito). El gracioso de turno se ha comido por sopa al serio. Aquel que se ríe poco, o lo hace con medida y sin levantar polvo, parece condenado a vagar por el reino de la amargura, a perderse por el laberinto de la insatisfacción.

En fin, que hemos venido a hablar del Sevilla Fútbol Club, pocas tonterías. La cuestión que tratamos de resaltar en esta rentrée como colaborador raso de Columnas Blancas es que el equipo que ha puesto Ramón Rodríguez en las manos de Julen Lopetegui para esta temporada 19-20 es serio, muy serio, extremadamente serio. Esa seriedad, naturalmente, debía trabajarse (modelarse, inculcarse, tatuarse llegado el caso) y a fe que se ha hecho. Se sabe que es pronto, que la temporada es larga y dura, que los que también juegan a esto saben enfadarse, apretar y apuntar con el dedo al ojo. Todo es cierto, pero no lo es menos el hecho de que la primera pica del proyecto está sustentada sobre piso firme. Esta base sólida sirve, de momento, para atesorar puntos que nadie va a tocar y mirar lo que está por venir, en España y en Europa, con tranquilidad y hasta con fundado optimismo. Allá vamos.

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