Última llamada. La megafonía de los aeropuertos, antes de que el 11S y la globalización liquidaran con la invasión digital el mundo analógico en el que nos movíamos, alertaba así para avisar a los pasajeros despistados de la salida inminente del vuelo. Urgencia, prisas, última oportunidad.
Ya no importan los motivos que llevaron a esa situación. No sirve ya para nada al pobre y agobiado viajero analizar la razón por la cual salió tarde de casa, ni quejarse por el atasco de tráfico que le retrasó. Ahora ya solo le queda correr hacia la puerta de embarque si no quiere perder su destino.
Este es el estado actual de nuestro Sevilla Fútbol Club. Una posición deportiva, social, económica e institucional de urgencia y alarma. Un instante que precede justo a caer en el irreversible remolino del fracaso, del que es imposible librarse. Un momento en el que, como en el partido de ayer demostró el rabioso gesto de Acuña rompiendo y tirando al césped el papel con las instrucciones del equipo técnico, ya no son válidas las mismas recetas que precisamente lo llevaron hasta ahí. En tiempos de tribulación no hacer mudanza, decía San Ignacio, y cierto es que en un contexto de máxima presión tomar decisiones se hace igual de necesario que arriesgado.
Deportivamente, la propuesta del equipo arroja grandes dudas que podemos observar en algunas evidencias. Carencia de centrales que ofrezcan seguridad y contundencia; jugadores ocupando posiciones forzadas que acaban desesperando al más templado; insistencia en optar por salidas de balón con el portero haciendo de central, obligado a ceder el balón a defensas sin opciones de volverse marcados por la espalda; acumulación de pérdidas en campo propio; exceso de circulación hacia atrás u horizontal sin posibilidad de generar; ausencia de un líder de juego o al menos de una línea media sólida y solvente. En la Liga de 2023, no es que sea difícil, es que es imposible superar así a ningún equipo de la competición.
En la dirección del Club pasa algo similar. La sensación ya tornada en certeza de un barco a la deriva se puede comprobar cuando nadie se hace responsable de la situación, y lo que es peor, se insiste en el error. No hay nada más tóxico para una organización con estructura empresarial que la falta de la debida separación y la necesaria independencia entre la propiedad y la dirección, es decir, entre los accionistas y la junta directiva. La confusión se agranda cuando los intereses de unos y otros entran en conflicto, se ocupan responsabilidades ajenas, o se desatienden tareas básicas. La urgente necesidad de un pacto por la paz y por la estabilidad desborda ya cualquier aspecto personal o económico, y se ilumina con la imparable fuerza del sentido común una “tercera vía” posible trazada sobre los cimientos sólidos de la profesionalización, la honestidad, la transparencia y la ambición bien entendida que devuelva la ilusión y la esperanza, y reúna de nuevo a toda la familia de Nervión.
El sevillismo, el de siempre, el que nunca se rinde, el que ha sufrido como el que más pero ha disfrutado como nadie de la alegría sin límite de esta patria, de esta bandera, de este escudo y de esta afición, se debate entre el estupor y la impotencia, entre la incredulidad de poder perder entre las manos nuestro mayor tesoro, y el inconformismo que nos hizo grandes. Ahora nos toca a todos dar lo mejor de nosotros mismos. Es la última llamada.
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