Saludos.
Cuando era un crío y todavía teníamos cartilla de racionamiento para aceite y otros alimentos, íbamos al campo del Loreto a animar al equipo de la barriada. Los mayores nos juntaban detrás de la portería del visitante y por apenas unos caramelillos de nata de una chica, nos pegábamos todo el partido gritándoles insultos a los porteros contrarios. Tacos gordos que jamás repetíamos en casa donde eso de las palabrotas estaba muy mal visto y conllevaba penas de restricciones de libertad.
Fue una escuela de vocabulario, en su lado menos amable, impresionante.
Los mayores, por su parte, dedicaban sus esfuerzos gargantiles para con el señor de negro. Comenzaban su trabajo apenas iniciado el partido y sin que el del pito hubiera metido la pata (subjetivo siempre) ni una vez pero se le “condicionaba”. Dicho de otra forma, se les acojonaba por lo que pudiera pasar.
Es cierto que en ocasiones pasaron de las palabras a los hechos y llegué a ver alguna paliza poco edificante, de justicia popular directa en forma de lluvia de puños y patadas de “escarmiento”. Los puntos se iban igualmente pero el personal adulto descargaba su frustración más allá de las faringes.
Los tiempos han cambiado afortunadamente y ahora, en los estadios, los insultos verbales a los árbitros se castigan solo con sanciones económicas y muy raramente, con cierre del campo.
Pero los “trencillas” (llamados así por el cordoncillo trenzado con el que sujetaban el silbato colgado del cuello antiguamente) han alcanzado el estatus del aforamiento absoluto. No importa si es reo de delito de lesa humanidad en favor de… frecuentemente y aunque veinte cámaras, inapelables, lo demuestren desde distintas perspectivas. Si lo vemos nosotros en casa, lo deben ver igual en la sala VOR sin duda ninguna. O no, porque depende de cómo te llames.
“El aforamiento es una situación jurídica según la cual determinadas personas por su condición personal, por el cargo que ocupan o por la función que desempeñan tienen un fuero distinto y no son juzgadas por los tribunales ordinarios que correspondería, sino por otros”.
Dicho lo cual, conviene mirar ahora lo que cobran los árbitros: según el acuerdo de 2018 (que se revisará en 2022) de la RFEF, La Liga y el Comité Técnico de Árbitros, los colegiados perciben unos emolumentos que pueden alcanzar los 296.000 € por temporada: fijo mensual de 12.500€ todo el año (piten o no) y 4.500€ por partido (suelen hacerlo unas 20 veces en cada ejercicio) y que si obtienen la internacionalidad, añadan 7.000€ más por actuación (hay bofetadas por ser ascendidos a ésa dignidad). Los del VOR, por dos horas, unos 2.100€. Dedicación plena, ciertamente. Parece que son los mejor pagados de Europa.
Si a eso añadimos que los más “significados” acaban su vida laboral como comentaristas de los medios afines, cualquier barbaridad estaría justificada. Comprada, mejor.
Por cierto… ¿por qué se les nombra siempre con los dos apellidos? Pues porque en 1970 hubo un colegiado de apellido Franco… deducirán que los epítetos que se le dedicaban al interfecto no eran del agrado del dictador y ordenó, por tanto, hacer ésa precisión “para no confundir”. La orden se mantiene hasta hoy cuando se supone que aquel régimen se superó hace décadas.
Nos encontramos, entonces, que los fallos (groseros o sibilinos porque los aciertos deberían ser la norma y pasar desapercibidos) llevan ahora la firma de DOS árbitros, DOS (con otros dos linieres y un cuarto colegiado como guarnición): el que pita y el que mira que le dice al otro lo que debe pitar aunque esto siempre vaya en función de qué escudo portes en la camiseta. Como antes pero con millones de testigos y tecnología punta.
Tengo una larguísima vida laboral a mis espaldas y en los distintos trabajos que he realizado, cuando no cumplía con mi parte del contrato, tenía un extenso listado de posibles sanciones: hacerlo mal, cometer errores graves, llegar tarde reiteradamente… Por suerte, siempre fui bastante responsable y solo una vez, por un fallo involuntario, me aplicaron una de ellas, leve. Las sanciones pueden llegar al despido dependiendo de la gravedad del “delito”.
Pues ésa norma se aplica a todos los trabajadores dependientes y cualquiera sea la ocupación, porque la legislación se encarga de establecer los criterios que raramente se aplican a los empresarios.
A todos los dependientes no.
Los árbitros pueden errar, equivocarse, interpretar mal el reglamento o no saberlo bien, aplicar distintas varas de medir (prevaricar incluso) y… NO PASA NADA. Nadie les exige responsabilidades por sus reiteradas meteduras de pata y muy pocos, poquísimos, son descendidos de categoría por su mal hacer, por incumplimiento de contrato.
Pero ocurre que el empresario arbitral tiene otras estrategias y se debe a la patronal del fútbol, al engendro económico que mantiene dos o tres marcas contra las demás y en ello, los aforados cumplen perfectamente con lo que se les pide, con lo firmado en los tratados ocultos, con los acuerdos privados que solo ellos conocen.
¿Ejemplos? Mil y como dice mi amigo Pedro, “se van de rositas”.
Cuidaros.
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