Confinado en casa, tras muchos días sin pisar las calles de nuestra ciudad, sin poder disfrutar de los amigos y de nuestro Sevilla FC, escucho en la radio que en estos momentos de cansancio mental, es bueno recordar pasajes de nuestra infancia, en los que nos sentimos felices.
Momentos que al recordarlos, nos dibujen una sonrisa de oreja a oreja en nuestro rostro.
Y a mí me encanta recordar cuando era niño, aquellas mañanas inolvidables de domingo, calculo que a finales de los Setenta, principios de los ochenta en las que iba a ver al Sevilla Atlético al estadio.
Aquellas mañanas eran mágicas y seguro que muchos sevillistas de mi quinta también lo recordarán así, ¿ verdad, Julián y Javi Martínez Sánchez ?
La simple entrada al Ramón Sánchez Pizjuán para un niño, ya era todo un acontecimiento, ver el césped y a los jugadores tan cerca, le daba a estos partidos un aire especial.
De la mano de mi padre, mientras hablaba con sus amigos, nos quedábamos en preferencia a la altura del centro del campo, esperando el sorteo de campos, para ponernos detrás de la portería donde chutaba el Sevilla Atlético.
Este era el principio de un ritual que compartíamos toda la grada baja, como una gran familia que nos veíamos cada dos semanas.
En dicho ritual aparecía el que vendía papeletas rifando un transistor, que tenía que escuchar una frase que le gritaban cada domingo, “ Un pico y una pala “, a la que el buen señor, organizador de la rifa, contestaba con algún improperio que producía la carcajada de todos.
En pleno entrenamiento previo al partido, nuestros amigos de grada ya iban eligiendo que futbolistas del equipo rival estarían en el centro de la diana durante el partido.
Normalmente ese “ privilegio “ recaía en el portero o en el central que solía ser un jugador experimentado que venía de vuelta, al que se le preguntaba desde la grada ¿ Cinco, el domingo que viene haces la primera comunión ? o directamente se le decía “Cinco, Juvenil”.
Creo que el Sevilla Atlético empezaba ganando los partidos con el trabajo de desgaste de esta grada tan peculiar.
Si a esto le añadías la calidad de nuestros chavales del filial, el espectáculo estaba asegurado con goleadas que se hacían normales cada jornada.
Aquel solito de la mañana, aderezado con goles, buen fútbol y mucha guasa, nos llevaba al descanso del partido en el que todos cambiábamos de portería.
Ese cambio de zona lo aprovechábamos para disfrutar de uno de los momentos más esperados de la mañana, el bocadillo de salchichas con su mostaza y su ketchup, aunque no sé si en aquellos tiempos se llamaba así.
Este bocadillo era otro momento que no podía faltar en aquel ritual, y para los niños era imperdonable.
Comenzaba la segunda parte y los jugadores del equipo rival, que habían sido objeto de burla, pasaban por el momento más difícil, el comprobar que su martirio no había terminado y que en la otra portería estaban los mismos que en la primera parte.
Con las fuerzas renovadas por el refrigerio, volvían las palabras de “aliento” a los rivales, que si cometían la torpeza de responderles estaban ya sentenciados.
En aquella grada había entrenadores por doquier y auténticos sénecas del fútbol, que clasificaban a los jugadores del filial en dos grupos con dos frases fundamentales, “ Que bueno eres, este equipo se te queda chico” y “ Niño, así no llegas tú a primera división”
Seguían los goles acompañados de fútbol arte para deleite de la grada y volvía el señor de la rifa, gritando el número premiado con el transistor, al que se le respondía con una frase lapidaria “Gordo, que siempre le toca a tu cuñao“, a lo que contestaba con comentarios subidos de tono, que a los niños nos llamaban mucho la atención.
Si reíamos al escuchar aquellas palabrotas, como ellos las llamaban, nos decían “ Niño, tu tápate los oídos “.
Terminaba el partido con la tradicional goleada a favor de nuestros chavales y todos se despedían afectuosamente, emplazándose al próximo partido del Sevilla Atlético.
Estoy seguro que muchos sevillistas que puedan leer este artículo, habrán vivido esta experiencia que hoy os recuerdo.
Para mí como niño, tenía la sensación de haber estado en una gran fiesta a la que quería volver.
Aquellas inolvidables mañanas de domingo ……………………….
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