Un fuerte abrazo. Así acostumbramos a cerrar nuestros correos y mensajes. Al enviar este gesto, queremos trasladar lo que sentimos al darlo en realidad: afecto, agradecimiento, respeto, complicidad, reconocimiento, generosidad, cordialidad, cercanía, calor. Pero en este tiempo sin abrazos, descubrimos además otros ingredientes que antes se nos ocultaban. Necesitamos abrazar como respirar, comer o dormir. La neurociencia y la psicología modernas coinciden en afirmar que las conexiones cerebrales de la especie humana son en un 99% emocionales, y sólo un 1% racionales.
No todos son iguales. Hagamos un viaje por algunos de ellos para seguir curioseando por este impulso natural que te lleva a abrir tus brazos, sonreír, mirar a los ojos, y acoger junto a tu corazón al otro, en este reflejo posesivo y a la vez generoso que es el abrazo.
El primer recuerdo inconsciente del contacto con la piel materna es de protección, seguridad, certeza de ser querido. A medida que creces, el amor se recibe y se entrega, genera confianza y va labrando tu personalidad. Un día percibes que al abrazar a un ser querido, puedes expresarle muchas cosas sin hablar, puedes hacer feliz a un amigo del colegio, o celebrar un gol en el estallido de alegría que aún resuena en los partidos del recreo de tu memoria.
Otro día, la mano de tu padre te conduce entre nervios e ilusión al campo del Sevilla. Eran distintos aquellos abrazos cuando marcaba el equipo. Entonces, volabas en el aire entre el estruendo de voces, aplausos y bufandas rojas y blancas, hasta la altura en que era posible un beso largo y una alegría nueva. Mirabas alrededor y todo era un abrazo. Se abrazaban los jugadores, formando una piña blanca sobre el césped. Lo hacía la gente sin importar a quién.
Más adelante, el tiempo descubrió otros abrazos, cuando la vida te amanecía a la emoción y al temblor del primer beso de amor. Al calor de la primera juventud, se fueron forjando tus ilusiones, tus primeras amistades imborrables, y algún abrazo de solidaridad y apoyo con aquel amigo que sufrió su primer revés antes de tiempo. Cumples abrazos y años sin distinguirlos, hasta que un día te sientas al volante y empiezas a conducir tu propio destino. El abrazo entonces toma conciencia de responsabilidad, luchas y consigues metas, eliges y te elige la persona que te acompañará en el camino, y te lanzas entre abrazos a construir el futuro.
Y un domingo por la tarde, te sorprendes caminando con dos niños de la mano, con bufandas rojas y blancas, renovando el misterio de los mismos nervios y la misma ilusión sagrada de aquella otra tarde antigüa. Y les cuentas lo que, cada domingo desde entonces, les repites a pesar de la broma compartida: “desde antes que nacierais, he soñado en ir con vosotros a ver al Sevilla”.
En la grada, revives el abrazo con tus primos en las alturas del Gol Sur, justo después de aquel gol de Bertoni a la Real Sociedad. Y otro con tu amigo del alma tras ganar al Villareal y conseguir el ascenso, cuando llegamos a pensar que aquella podría ser la mayor alegría concedida. No fue el gol de Antonio aquella tarde de Feria el que te cambió la vida. Lo que hizo girar el rumbo de tu historia, fue el grandioso abrazo colectivo del sevillismo, que explotó entonces de golpe ante la sola posibilidad de abrirte las puertas del paraíso.
Frente a aquel abrazo de la esperanza, el que siguió al segundo de Maresca en Eindhoven fue el de la certeza. En ese abrazo te derrumbaste ante la inmensidad de la gloria. Y en aquella breve llamada, en medio del ensordecedor triunfo tras levantar la Copa, el abrazo tomó forma de una larga letanía entre lágrimas compartidas, y una voz rota que repetía sin parar al otro lado del teléfono: “¡Viva el Sevilla!”.
Siguieron luego muchos más abrazos, en una colección que puedes proyectar cerrando los ojos, en una suerte de escena final de “Cinema Paradiso”. Esos recortes de besos prohibidos son ahora abrazos ganados para siempre en Glasgow, en Mónaco, en el Bernabéu, en Varsovia, Valencia, Turín o Basilea, o desde la grada tuya de cada día.
Hoy, en este tiempo sin abrazos, sabes muy bien que nos esperan otros, y que siempre el mejor está por llegar. Ánimo, salud y un fuerte abrazo, sevillista.
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