Ya llevamos algo más de media Liga disputada y el Sevilla Fútbol Club anda faroleando en la tercera posición de la tabla, solo por debajo de los dos grandes dinosaurios de nuestro fútbol, o sea, Real Madrid y F. C. Barcelona.
Tiene mucho mérito lo de Julen Lopetegui, y tiene mérito porque cuando llegó no le tendieron un manto de flores, precisamente; más bien amontonaron leña para hacerlo arder cuando el equipo cayera y aflojara pistones en el primer socavón. Pero ahí sigue la leña, mojándose.
Porque este Sevilla es un equipo de gruesas convicciones, con un vestuario ajeno a elementos tóxicos, con futbolistas que creen en la palabra de su técnico, que viajan en la misma dirección y reman a ritmo uniforme y con inmensas ganas de seguir creciendo. Este Sevilla F.C. es un equipo que compite.
No es el equipo que vimos en las dos últimas temporadas, ese Sevilla de pitiminí que se desinflaba con el primer soplido feroz del adversario; este equipo 2020 posee recias hechuras, mira a los ojos, devuelve los golpes y cuando cae, se levanta. Es un gallo de pelea que jamás vuelve la cara. Ataca, hiere.
Sin duda, este Sevilla huele a Julen Lopetegui, el hacedor de un carácter que creíamos desaparecido, un Sevilla ahormado a su estratega, un tipo en chándal y flequillo rebelde, su director de escena más eficaz, un entrenador que consume miles de minutos en la Ciudad Deportiva y que tiene en su voluntad de hierro, el trabajo y la constancia, sus armas más eficaces para alcanzar la meta.
Y ahí están los de colorao (o blanco, o negro, o azul… qué más da si en el escudo queda grabada su identidad), volviendo a ser ese equipo malaje, tan nuestro, indómito, guerrero y salvaje, que a veces pinta como Murillo y compone como Cernuda, pero siempre, siempre, aprieta los dientes y nunca arruga el pecho. Y los de colorao (o blanco o azul o negro…), esos que son tan nuestros, caminan contra mareas poderosas, tan mediáticas como falsas; ese equipo que dinamita resortes de un poder futbolístico lleno de granos corruptos y que, por más castigos que reciba y críticas afiladas e injustas que reciba, no deja de crecer. Es lo que veo de este Sevilla, tan nuestro, tan vivo, que se siente invencible porque cree en la fuerza de sus manos y en el poder de su corazón. Es el gran poder del Sevilla Fútbol Club. El gran poder del inmenso corazón de miles y miles de sevillistas.
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