Se cumple el décimo Aniversario del gol que se marcó nuestro gran Ivica Dragutinovic, Drago para los amigos y sustituto de Sergio Ramos para los ignorantes, en Bucarest ante el Unirea Urziceni, tanto que supuso una pequeña decepción. Nuestra única derrota en la más que probable mejor fase de grupo de Liga de Campeones de nuestra historia (también de largo el grupo más asequible), el petardazo vendría después en octavos de final. Hoy, diez años después, el sevillismo se encuentra rebosante en una nube de optimismo aupado, de forma sospechosa y peligrosa, por la victoria en el derbi en el Benito Villamarín.
Julen Lopetegui ha cambiado todos los titulares y todas las impresiones, lo que antes eran hachas ahora son pañuelos de reconocimiento, lo que antes eran estoques ahora son claveles. Está la temporada para que “lo de Éibar” pase a los anales de nuestra leyenda como ya forma parte “lo de Oviedo” o “lo de Tarragona”. Haber presenciado estas dos derrotas que, bien por caos bien por quedarte en las mieles de la gloria, se pueden considerar como cruzar la Antártida, espero que, en un futuro, yo pueda decir “estuve en Éibar” (porque estuve aunque todos los goles me pillaran en el otro gol). Ojalá que no.
Lo cierto es que el Sevilla no está variando un ápice cada uno de sus inicios de temporada de un tiempo a esta parte. Aspirábamos a todo a estas alturas de año con Jorge Sampaoli, con Eduardo Berizzo e, incluso, con Pablo Machín. El equipo luego se caía bien en marzo, en Navidades o con el frío de enero. Tanto que, en ninguno de los casos, se consiguió clasificar directamente para la Champions League al final de cada curso (Jorge Sampaoli nos dejó cuarto, eso es cierto, pero se marchó dejando a otro la papeleta de estar en la máxima competición continental mediante una previa). Todo lo contrario que don Unai Emery que, de una u otra manera, no solo nos regalaba la nimiedad de tres Europa League sino que nos dejó, en sus dos últimas sesiones, clasificados para Champions League. Y todo ello después de comenzar con uno o dos puntos de los primeros 15 puntos posibles en más de una temporada. Siempre era un tío de segundas partes, tanto a lo largo del año como a lo largo de los partidos.
Pero aquí no vengo a ensalzar a unos y a defenestrar a otros, aquí vengo a escribir un artículo “para intentar bajarla al suelo”. Si tenemos en cuenta a los rivales que nos hemos enfrentado, y la condición de local o visitante, el Sevilla, en este 2019/2020, solo cuenta con dos puntos más de los logrados contra los mismos equipos y las mismas condiciones con respecto al año anterior donde terminamos con la cifra floja de 59 puntos con su respectivo sexto puesto. Bien es cierto que ha habido mucha exigencia porque nos hemos medido contra adversarios a los que el año pasado les sacamos puntos. Ahora el calendario, en teoría, benigno, es el que nos
debe dar el espaldarazo para confirmar este buen inicio de curso. Esto es, Leganés en casa, Osasuna (por Huesca) fuera, Villarreal en casa, Mallorca (por Girona) fuera, Athletic Club en casa y Santiago Bernabéu nos proporcionó en la 2018/2019 tan solo cuatro de los 18 puntos posibles. Lo que no sea superar ese dato con creces supondrá que habremos repetido los batacazos del año anterior. Batacazos que, afortunadamente y quitando “lo de Éibar”, en esta campaña aún no se han producido.
Este calendario interanual pondrá a prueba el principal argumento de los más optimistas. La fiabilidad que desprende el nuevo sistema implantado por Julen Lopetegui y la seguridad que han supuesto los dos fichajes estrellas en el regreso de Monchi: Fernando, el mejor fichaje de LaLiga y el mejor mediocentro defensivo actualmente que se puede ver en la competición doméstica; y Diego Carlos, pilar básico en el eje de la zaga y uno de los mejores centrales del torneo español. La punta del iceberg de una buena estructura especialmente defensiva, basada en la presión en tres cuartos y en la recuperación de balón; amén de una gran, como habitualmente nos tenía acostumbrado el León, planificación deportiva. Es decir, los cimientos que dan la solidez para que el aficionado sevillista ilusionado de a pie confía para que “el edificio no se derrumbe”.
Sin embargo hay que contar con que el once (doce, trece, catorce…) que nos sabemos de carrerilla no va a perdurar toda la temporada. Pasadas las fiestas paganas, Julen Lopetegui tendrá que demostrar que sabe hacer la transición. Debe saber hacer entrar a la que hoy es su segunda línea de jugadores. Los que llevan jugando la Europa League esta temporada, y que de momento están cumpliendo a la perfección a sabiendas que ni el APOEL, ni el Qarabag ni, mucho menos, el F91 Dudelange, son contrincantes de entidad para evaluar la actuación individual de un futbolista. Y mucho menos el colectivo. Más que nada porque, al cambiar prácticamente de golpe, once jugadores por otro once, resultará complicado asimilar los automatismos por mucho entrenamiento que haya de por medio.
No es una opinión alarmista. No, no lo es. Sin meternos tampoco en el mercado de invierno para pulir las carencias. Es la duda que desprende cuando, por lesiones, cansancio u otras circunstancias (como por ejemplo tres partidos de sanción “llovidos del cielo”), obliguen a los Gudelj (que estuvo muy bien en Valencia), Munir, Rony Lopes, Escudero, Pozo, Sergi Gómez o los delanteros entrar dentro de la alineación titular liguera y de la fase final de la Europa League con cierta continuidad. Y que esa presencia venga acompañada de rendimiento, sensaciones y, sobre todo, resultados. Que la buena noticia que nos ha dado Jules Koundé con, aparte de su proyección de futuro, su gran irrupción por la lesión de Dani Carriço sea la vereda que guíe a los citados para que puedan entrar en la rotación como ya hacen Éver Banega, Óliver Torres, Joan Jordan, el Mudo Vázquez y Nolito por dos o tres posiciones. Ojalá que así sea y que los que ahora descorchan el champagne del ensueño (y, en algunos casos, la utopía), lo sigan haciendo y nos inviten a los más precavidos, incluso a los que fuimos a Éibar, a unirnos a esta fiesta que, de momento, se han inventado Julen Lopetegui y Monchi.
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