“La depre” es el término coloquial que usamos (con nuestra fascinante capacidad de simplificar y economizar el lenguaje) para referirnos a la depresión (del latín depressus, abatimiento) y que se define como: “Síndrome caracterizado por una tristeza profunda y por la inhibición de las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos”. Se estudia ampliamente y desde hace muchísimos siglos (Hipócrates, padre de la medicina, ya hablaba de ello más de trescientos años AC) en Psiquiatría y Psicología.
Es una dolencia terrible porque te hurta la voluntad de vivir y que en no pocas ocasiones ha desembocado en suicidio directamente. Afecta a todos independientemente de sus capacidades mentales, sociales, económicas o culturales. Todos, insisto, estamos expuestos a ser “víctimas propiciatorias” del terrible mal.
En manos de especialistas se puede curar, pero… ¿quién, sin padecer un grado de depresión peligroso no transita, o ha transitado, por fases más o menos leves y que nos hacen encerrarnos en nuestro yo más profundo, rechazar al resto del mundo hasta engolfarnos en el dolor íntimo? Solos con nosotros mismos y nos dejen en paz que ya tenemos bastante con lo nuestro.
No se contagia aunque haya precipitadores para que concurran y depres colectivas. A veces, miles de personas navegan juntas y al mismo tiempo por ése submundo mental terrible y difícilmente soportable.
Cuando tengo la depre sevillista, no me habléis, no me digáis nada, no me pidáis que baile, que clave un clavo, que cuente un chiste o que mire allí o acullá… ni siquiera que os atienda me pidáis. Dejadme solo para que pueda somatizar mi dolor.
Todo te da igual, todo te es indiferente, todo te molesta y todo es negro. No hay luz en este largo túnel, solo un dolor rumiante, sordo, exógeno y contra el que no tienes defensas, que te deja desvalido y hundido.
Y buscas desesperado una lamparilla que te permita seguir soñando, varitas mágicas o que la Fortuna deje de mirarte de reojo, se vuelva y te abrace. Tienes fe, una fe inquebrantable porque te has forjado en dolor y gloria y sabes, desde que eras niño, que dentro de unos días el Destino te pondrá a prueba de nuevo y te otorgará otra oportunidad, te devolverá el sueño posible del goce, de nacer por enésima vez, de explotar de alegría cantando goles de los tuyos, de ésos mismos que te llevaron tan abajo y que luego te disparan hasta las estrellas.
Lo nuestros. Para lo bueno y para lo malo, los nuestros.
Esos nuestros con los que te identificas y que forman parte de ti, de tu mortalidad, de tu éxtasis, de tu locura, de tu fascinación permanente. Lo nuestros que a veces te desencantan y maldices y a veces los adoras y sublimas. Así años, décadas, toda la vida vivida y que sabes que morirás enganchado a ésta droga.
Es el eterno caer y levantarse, apoyar y criticar; exigir y conceder… aplaudir o berrear porque de esto, los que no sabemos de esto, sabemos un montón.
La depre, además, tiene subtítulos y ruido de fondo.
Son ésos que te rodean (de otro color) a los que les va la vida en verte con la depre y que gozan más con tus bajones que con sus propios méritos. Los que tienen poco que vender y prefieren tratar de denigrar el género del vecino que es mucho mejor que el suyo. Mejor paño. Mejor calidad.
Y si tienes ésa atosigante atmósfera en tu cerebro, solo queda mitigarla con una victoria.
La victoria liberadora.
La victoria fumigadora.
La victoria del Sevilla Football Club que lo barre todo y pone dos colores a tu vida.
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